Héctor Luis Zarauz López
18/09/2022 - 12:02 am
“Historia patria”
I. Disputa La disciplina de la historia, por paradójico que parezca, es una actividad ligada intensamente al presente, ya que por una parte es una herramienta para entender la cotidianidad actual a partir de los eventos sucedidos en otro tiempo, y por otra debe considerarse que el pasado se investiga a partir de los planteamientos […]
I. Disputa
La disciplina de la historia, por paradójico que parezca, es una actividad ligada intensamente al presente, ya que por una parte es una herramienta para entender la cotidianidad actual a partir de los eventos sucedidos en otro tiempo, y por otra debe considerarse que el pasado se investiga a partir de los planteamientos que se hace la sociedad contemporánea.
Entre las muchas funciones de la historia, está la de alimentar, documentar o construir una visión del pasado que sea común a un conglomerado de personas, por ejemplo, a todo un país. Al respecto Luis Villoro señalaba (en el libro Historia, ¿para qué?), que la historia genera elementos de cohesión e identidad a una comunidad, a una nación, en ocasiones, con la intención adicional de justificar el dominio del grupo en el poder. En ese sentido la historia surgida de las esferas dominantes de la sociedad, contribuye a integrar un discurso ideológico que justifica la estructura política imperante.
Tales intenciones, a partir de la elaboración de una versión “oficial” de la historia, se han dado en todo tiempo y en toda geografía. Este relato, emanado de los círculos del poder político y económico, se manifiesta de diversas maneras y en distintos ámbitos: uno es el de los festejos de orden cívico que contribuyen a forjar una idea de nación; de igual forma sucede con cierta mitología manifiesta a través de monumentos, placas, calles, etc., que son construidos o depuestos en función de la versión del pasado que se desee establecer; finalmente otro elemento eficaz son los libros de historia, tanto de orden académico pero sustancialmente los textos escolares, que en conjunto coadyuban a construir una idea de historia común que es accesible e identificable como propia por una población. Así la historia oficial tiene la intención de explicar y legitimar.
La transición política de un sistema a otro, implica necesariamente un nuevo planteamiento del presente, pero también la reinterpretación del pasado, tanto lejano como reciente, y una reelaboración de eventos y personajes de antaño. En ese sentido hay, sin duda, una disputa por la historia, por apropiarse de una relatoría del pasado que sea aceptada por la mayoría de la población.
No por nada observamos, hoy día, un importante debate en torno a la reconstrucción del pasado impulsado por el actual gobierno, a fin de plantear una nueva interpretación de la historia que desde luego colisiona con las visiones históricas generadas en las décadas pasadas y que obedecían a las intenciones políticas de los grupos en el poder en ese momento.
II. El grito
No debe extrañar que el festejo cívico, como parte de la reconstrucción que se hace de la historia, presente una intencionalidad eminentemente política, ya que la historia actúa, a través del festejo cívico, como un elemento legitimador. El festejo cívico, señala el historiador Víctor Cuchi (en el libro La fiesta mexicana), es parte de ese discurso, y tiende a cohesionar a la sociedad, a crear un sentimiento de pertenencia que unifica a una población.
El mes de septiembre, considerado el mes de la patria, por estar llena la agenda de eventos históricos de enorme relevancia para el país, es el escenario ideal para crear festejos y reproducir, a través de ellos, una visión del pasado, una idea de identificación y de cohesión social.
Por ello, en el curso del tiempo, se ha dado la aparición y desaparición de festejos cívicos o bien su sentido se ha ido adaptando a los requerimientos de la sociedad contemporánea.
Ejemplo de ello es la ceremonia del “Grito de Independencia” el cual conmemora el inicio de la lucha encabezada por el cura Miguel Hidalgo en la madrugada del 16 de septiembre de 1810, y que concluiría en 1821 con el reconocimiento de México como un país independiente, terminando con la subordinación de tres siglos a la Corona española.
A lo largo del tiempo este festejo (que sería establecido por decreto desde el año de 1822) y la interpretación histórica de la Independencia nacional, ha tenido varios sentidos. En general se ha considerado como una oportunidad para reafirmar la autonomía nacional y con ello exaltar el sentimiento nacionalista. Sin embargo, han existido matices importantes que se observan en las formas de celebración y en las arengas que han lanzado los mandatarios en diversas ocasiones, y que representan las inquietudes e intenciones de quienes gobiernan.
Por ejemplo, en un inicio se celebraba la Independencia con la realización de misas, después el festejo adquiriría un carácter más laico y pasaría a los edificios públicos del gobierno que se adornaban con los colores de la bandera nacional, además de hacer una verbena popular, realizar desfiles militares, procesiones infantiles con jura a la bandera, etc. y finalmente evocar la arenga lanzada por el padre Hidalgo desde el balcón de Palacio Nacional.
El grito se volvió un rito emblemático e inevitable de estos festejos en los años del porfiriato. Desde entonces los presidentes además de evocar a los héroes independentistas, han impreso su sello particular en dichas ceremonias. Por ejemplo el presidente Lázaro Cárdenas reconoció la importancia de la Revolución iniciada en 1910 y su impacto transformador al clamar: “¡Mexicanos!/ ¡Viva la Independencia Nacional!/ ¡Viva la Revolución Social de México!/ ¡Viva México!”. Manuel Ávila Camacho, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, añadiría “¡Viva la libertad humana!/ ¡Viva México!”. Hacia 1969, el presidente Díaz Ordaz, en su perorata, contextualizada por los trágicos eventos del año anterior, señalaría cínicamente: “¡Viva la concordia entre los mexicanos!/ ¡Viva México!”; Luis Echeverría gritaría vivas por los pueblos del Tercer Mundo, José López Portillo integraría a Josefa Ortiz de Domínguez, reconociendo por primera vez la participación de las mujeres en la gesta independentista. En ese plano el presidente López Obrador, en el año 2021, inició su arenga convocando a “Mexicanas y mexicanos” a gritar ¡Vivas! No sólo por los héroes de la Independencia, sino también por: las madres y padres de la patria, los héroes anónimos, las comunidades indígenas, la democracia y la grandeza cultural de nuestro país.
Así sucesivamente el grito ha sido espacio de expresión de las intenciones políticas de los presidentes y reflejo de las inquietudes de la sociedad contemporánea.
III. Símbolos
Igualmente se observa una postura histórica (y su consecuente discusión), en torno a la construcción y deposición de símbolos como monumentos, estatuas, placas, nomenclatura de calles, plazas y alamedas a lo largo del país.
De ello ya se ha hablado en este espacio con anterioridad, un ejemplo reciente, de cómo estos elementos son reflejo de los planteamientos, inquietudes y agenda de la sociedad contemporánea es la inauguración formal de monumentos como los instalados en el Paseo de la Reforma (Carmen Serdán, Juana Belén Gutiérrez, Sara Pérez Romero, y Matilde Montoya) que nos señala la necesidad de reconocer la presencia de las mujeres en el pasado, pero también en el presente y las luchas feministas.
Otro ejemplo importante y polémico se ha dado en torno a los monumentos y demás simbologías que evocan, de alguna manera un pasado colonialista y de sumisión (me refiero a los cuestionamientos a las estatuas de Cristóbal Colón en la Ciudad de México, Diego de Mazariegos en Chiapas, nomenclatura de calles y plazas que evocan de manera exaltativa la época de la conquista o invasión española), que son ampliamente cuestionados desde la agenda actual de ciertos sectores sociales y del gobierno. Sin embargo, debe reconocerse que también tienen sus defensores quienes esgrimen como argumento que algunos personajes y hechos son parte de nuestra historia y que por ello deben reconocerse, sin incurrir que el nombrar plazas o erigir monumentos, representan precisamente la entronización simbólica de personajes o eventos, que obedecen a una intencionalidad ideológica y política más que a un deseo de reconstrucción histórica “integral”.
IV. La letra
Algo similar sucede con los libros y textos en torno a la historia nacional. De ello hay ejemplos a lo largo del tiempo, me refiero a obras que inevitablemente contienen una proyección ideológica de su momento, de la historia oficial, por ejemplo: México a través de los siglos, México y su evolución social, los libros de texto gratuito que se establecieron a partir de 1959, entre muchos otros ejemplos, textos y títulos.
En esas condiciones la historia, a través de la letra, se convierte en un elemento justificatorio del “orden establecido”, versión contra la que se plantea ahora una nueva interpretación.
Actualmente se ha dado a conocer uno de esos proyectos editoriales que implica una reelaboración de la historia, me refiero al libro Historia del Pueblo Mexicano (el sólo título es ya un indicativo de sus intenciones), que ha circulado profusamente, el cual tiene una serie de particularidades muy interesantes.
En principio es una publicación que trata de dar visibilidad a sectores sociales normalmente marginados de las reconstrucciones históricas anteriores, es decir a las mujeres, a los grupos de afrodescendientes, a los obreros, a los indígenas y en general a los pobres.
Así tenemos textos, de historiadores de prestigio, que abordan la participación de la población afromexicana en la historia nacional (como los de Jesús Hernández Jaimes, María Elisa Velázquez Gutiérrez, Gabriela Iturralde), o bien planteamientos históricos de grupos de campesinos e indígenas (Leticia Reina, Armando Bartra, Olivia Gall) y obreros (Anna Ribera Carbó y Carlos Illades), o sobre grupos de estudiantes, de las mujeres (Angélica Juárez Pérez, Diana Irina Córdoba, Margarita Vásquez), entre varios temas, autoras y autores más. Ello implica un nuevo planteamiento de la historia nacional, un enfoque en sectores sociales que no habían sido abordados en este tipo de textos, o bien enfoques que ponen el acento en situaciones distintas a las tradicionalmente expuestas. Tan sólo ello significa un hecho interesante por responder a las inquietudes de la sociedad actual y una aportación a la comprensión del pasado.
V. Pasado en disputa
Como se observa, la historia es también un escenario de la disputa contemporánea, en la interpretación del pasado afloran claramente las distintas visiones y posturas de la sociedad actual. No por nada, el presidente de la república ha fijado claramente su proyecto de nación (por el cual votó masivamente el país hace cuatro años), a partir de paradigmas de transformación o cambio de orden histórico (a saber, la Independencia —basado especialmente en la figura de Morelos—, la Reforma —con Juárez— y la Revolución —con Madero como emblema—), hasta arribar a un nuevo parteaguas; es decir, una cuarta transformación social.
Es así que en la construcción del relato histórico, se proyectan las concepciones políticas y los intereses económicos de distintos grupos sociales, se observa cómo éstos entienden a la sociedad de antaño y a la actual. De esta manera el pasado se asienta en el presente y sirve de argumento que se proyecta hacia el futuro.
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